LAS CONSTELACIONES



 

Hace ya mucho tiempo, en un cercano lugar, el hombre dio sus primeros pasos sobre la faz de la Tierra.

Digamos que hace unos 4 millones de años, en las praderas africanas, el inmediato antepasado del hombre encontró su princesa prometida, encontró algo que le hizo distinguirse de todos los seres que le rodeaban y a la larga llegar a ser la especie dominante en su planeta, ese algo fue una cosa tan sencilla como la curiosidad, la curiosidad por todo lo que le rodeaba y estaba a su alcance, esa curiosidad que hoy día llamamos inteligencia y que sigue siendo, aún en nuestros días, el motor de casi todas nuestras inquietudes.

En el Universo nada permanece quieto, todo se mueve, todo cambia, nada se conserva igual, ni lo grande ni lo pequeño. Todo aquel que intente conservar las cosas como son hoy día tiene el fracaso asegurado, todo lo que podemos y debemos intentar es que los cambios se produzcan en la dirección que a nosotros nos interesa El cambio es imposible detenerlo, es lo que a través de los siglos y los milenios llamamos evolución.

El hombre también ha evolucionado, en un principio fue el homo hábilis que durante miles o quizás millones de años tuvo que luchar por sobrevivir en un medio en el que la competencia por la vida era, como mínimo tal feroz como es hoy día la competencia profesional que existe. Así pues, aquel primer hombre tuvo que ser a la fuerza ingenioso hasta la saciedad, pues la vida le iba en ello. Aprendió a utilizar el fuego y a fabricar instrumentos sencillos, tuvo que inventar un lenguaje e indudablemente desarrolló una cultura tribal que estaría altamente jerarquizada. Y todo gracias al don de la curiosidad por lo que le rodeaba.

 Este homo hábilis que habitó en las sábanas africanas y allí prosperó, no hay duda de que rellenó con sus dioses aquellos fenómenos de la naturaleza cuyo origen y significado se le escapaban, e igualmente se maravilló ante los movimientos del Sol que daban origen a los días y las noches y que coincidían con los periodos de calor y frío, así como con el curso y las fases de la luna y ante aquellas lucecitas que como chispas salidas de la hoguera se habían colocado allá arriba en el cielo, ante el desconocimiento de su naturaleza seguramente las aprendería de memoria y las conocería de una forma que hoy día no nos es posible imaginar.

Pero todo cambia y al homo hábilis le sucedió el homo erectus y este fue el artífice de las grandes migraciones que le condujeron hasta los confines más remotos de la Tierra, fue nómada y fue cazador, detrás de la caza abrió nuevos caminos por toda la tierra, colonizó el planeta entero.

Para semejante proeza, tuvo que tener un gran sentido de la orientación, tanto de día como de noche. No es difícil imaginar que conocería el cielo estrellado como la palma de su mano y que pondría nombre a todas las estrellas brillantes que le servían para encontrar su camino y su destino, pero de su cultura solo nos quedan los fósiles que hemos sido capaces de encontrar y que aún suministrándonos cantidad de datos, no nos han dejado los nombres con que designaban a las estrellas o a los grupos que formaban.

Al hombre del Neanderthal le sucede el hombre del Cromagñón, éste se hace recolector y desarrolla su propia cultura más avanzada, son tiempos de cambios, se aproxima el homo sapiens que traerá la gran revolución en el devenir del hombre, todo va a cambiar, viene la agricultura y con ella el hombre se hace sedentario y aparte de agricultor se hace también ganadero, se forman las ciudades y comienza la escritura.

El hombre agricultor necesita un calendario, necesita un conocimiento completo de todos los fenómenos que se dan en el cielo, toma datos, comprueba todo lo que puede, funda observatorios, pone nombre definido a las estrellas y constelaciones, nombres que en cada cultura son aceptados universalmente.

Se cree que en un principio hubo 4 grandes constelaciones zodiacales, un gran Toro, un gran León, un gran Escorpión y un gran Mar quizás asociado a nuestro Acuario. Fuera del zodiaco, las constelaciones boreales como la Osa Mayor también son aceptadas al igual que otras como el Can Mayor.

El espectáculo está servido, llega el homo sapiens sapiens, como se designa a la actual especie humana, parece un poco alimentar la propia vanidad que se nos designe como sapiens sapiens, dos veces sapiens, cuando habría mucho que dudar sobre tal sabiduría, pues qué sería de nosotros si por un imposible pliegue del espacio tiempo nos viésemos arrojados a los tiempos de homo hábilis , despojados de toda nuestra tecnología, ¡seríamos capaces de sobrevivir¡.

Con el homo sapiens sapiens comienza la historia, y la historia comienza desde el momento que se tienen registros escritos sobre una cultura, esta cultura será la Babilónica, que en forma de tablillas de arcilla, nos han dejado reflejado todo su entorno, ocupando una parte importante toda su astronomía, tan importante para ellos que llegaron a construir importantes observatorios astronómicos, los zigurats, para observar y medir todos los fenómenos que se dan el cielo.

Los griegos se basaron en esta astronomía babilónica para desarrollar sus propias teorías sobre el Universo que nos rodea, pero los conocimientos actuales se basan en la compilación que hizo Ptolomeo en el año 150 de nuestra era en el libro más importante que astronómicamente se haya escrito jamás, el Almagestro o Mayor, que fue traducido a todos los idiomas conocidos de su tiempo y que sirvió para desarrollar toda la astronomía posterior hasta nuestros días.

En el Almagestro, Ptolomeo hace referencia a 50 de las actuales constelaciones, a Tycho Brahe se le atribuye 1 en 1.590, todas estas tienen una referencia clara a los dioses y héroes griegos y tienen su leyenda y su propia mitología, gracias a ellas en el cielo tenemos un gran libro repleto de hazañas, proezas y las más diversas aventuras y anécdotas del mundo griego.

Con los viajes de circunvalación al planeta, pudimos contemplar el cielo del hemisferio austral y catalogar y cartografiar el resto de la esfera celeste. Fue tal la prodigalidad de los cartógrafos celestes, que el cielo se llenó de multitud de constelaciones, en muchos casos referentes a las mismas regiones del cielo, pues cada astrónomo confeccionaba sus planos según su propio y particular criterio. Hubo que esperar nada menos que hasta 1930 a que la Unión Astronómica Internacional fijara los nombres y los límites de las 88 constelaciones actualmente admitidas, que como un gigantesco pluzzle completan toda la esfera celeste.

Así tenemos que las 88 constelaciones se distribuyen de esta forma:

50 para Ptolomeo                 en el año  150
  1 para Tycho Brahe            en el año 1590
12 para Johannes Bayer        en el año 1603
  2 para Augustin Royer        en el año 1679
  9 para Johann Hevelius       en el año 1690
14 para Nicholas de Lacaille en el año 1752
 

A mí particularmente me encanta conocerlas en la medida de mis posibilidades, me encanta perderme entre las estrellas, me encanta apuntar a las distintas regiones del cielo con mis prismáticos, me encanta buscar a tiro escopeta con mi telescopio esos objetos que se escapan a la observación y que presentan ciertas dificultades para localizarlos.

 Entre tanta inmensidad me siento pequeño, muy pequeño y mi curiosidad se dirige hacia esos cúmulos, nebulosas y galaxias que me hacen sentirme integrado como parte de ese tan inmenso Universo que me rodea. No creo que mi vaso de curiosidad pueda llenarlo en esta corta vida de que dispongo, ni aunque dispusiese de muchas otras, pero no por ello dejaré de intentar llenarlo en la medida de mis fuerzas.

                                                                                                           Manuel Navales
 
 


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Zaragoza, Agrupación Astronómica Aragonesa