En estos tiempos duros que nos está tocando vivir, cuando por primera vez se ha confinado a la totalidad de la población mundial, posteriormente se nos han restringido reuniones familiares, sociales y culturales, todo ello por evitar la propagación de un virus tan iracundo como el que actualmente se está apoderando de nuestras vidas, cuando hemos tenido perdidas de personas queridas e insustituibles, todavía hay una vía de escape, algo que nos serena y reconforta, echar una mirada al cielo "siempre eterno" que nos cobija.
La astronomía es la ciencia que estudia el origen de los astros, así como las leyes que rigen sus movimientos, tal y como se suele definir, es una disciplina muy antigua. La Luna, las estrellas, los planetas y todo lo que se mueve por la bóveda celeste ha despertado la curiosidad del ser humano desde la más remota antigüedad. Tenemos ejemplos gráficos en cuevas del Paleolítico Superior como las que se encuentran en la ciudad francesa de Lascaux, en las que según los expertos podemos reconocer claramente el cúmulo abierto de las Pléyades.
Chinos, griegos, tribus mesoamericanas..., culturas milenarias que ya recogían estos movimientos, nos han transmitido sus conocimientos a través de distintos documentos.
La pasión por la astronomía es un virus, absolutamente benigno, que cuando te entra se queda de por vida y cada vez con más fuerza y que te enriquece culturalmente, porque no se me ocurre otra ciencia que mejor convine con todas las demás. Podemos hablar de Astronomía y Literatura, de Astronomía y Cine, Astronomía-Pintura, Astronomía-Música, por citar algunas.
Personalmente esta pasión se despertó desde época temprana, con 6 ó 7 años ya hacía "mutis por el foro" y me escabullía a una de las ventanas superiores de la casa para pasar largo tiempo contemplando la Luna y las estrellas, entonces desconocía la diferencia entre estas y los planetas. Mi abuela Teresa me hablaba del lucero del alba que para mí era una estrella muy brillante, entonces yo no sabía que se trataba del planeta Venus. Tal vez uno de los legados más queridos y entrañables que he recibido de mi familia materna, el apellido Estela, me haya "predestinado" a esta afición.
Cuando se tiene la suerte de contar con amigos como el grupo de personas que formamos parte de la Agrupación Astronómica Aragonesa y entre los que se encuentran auténticos conocedores del cielo, se aprende no sólo a distinguir entre planetas y estrellas, nebulosas y galaxias, cometas y asteroides, también se aprende a encontrar las constelaciones por las que pasearnos por el cielo y evadirnos de los aconteceres terrestres, a veces demasiado pesados.
Cada una de las estrellas que contemplamos ya fueron bautizadas por culturas pretéritas, por citar alguna, la árabe bautizó a 3 de las más reconocidas en el firmamento, las que forman parte del Cinturón de Orión: Alnitak, Alnilam y Mintaka.
Este verano para hacernos aún más entretenida la observación del espacio celeste, hemos recibido a un inesperado visitante: el cometa Neowise (C/2020 F3). Cometa de magnitud 4 que debe su nombre al telescopio espacial que lo descubrió, bautizado del mismo modo.
Se trata de un cometa de largo período, visible cada 6.800 años procedente de la Nube de Oort, nube de objetos transneptunianos ubicada en los confines del Sistema Solar, a diferencia del célebre Halley procedente del mismo lugar pero denominado de período corto, ya que es visible cada 76 años aproximadamente.
Y ahí estamos los aficionados a la Astronomía provistos de nuestras "armas": telescopios y cámaras fotográficas para "afotarlo" o para observarlo a simple vista o con prismáticos que es como mejor se disfruta este bello espectáculo nocturno. Para ello sólo tenemos que buscar un lugar alejado de la contaminación lumínica, dirigir nuestra mirada hacia el noreste y podremos percibir claramente las partes que lo componen: núcleo, coma o cabellera y las dos colas que se forman, una de polvo y otra de gas.
Es hermoso poder evadirnos, relajarnos y disfrutar del cielo nocturno con todos estos "amigos" aparentemente silenciosos, porque poder llamar a las estrellas por su nombre nos concede con ellas un grado de amistad e intimidad. ¿Puede haber mayor privilegio?
ANA ROMÁN ESTELA
(AGRUPACIÓN ASTRONÓMICA ARAGONESA)