Muchas han sido las mujeres que a lo largo de la historia se han dejado seducir por la belleza y serenidad de una noche estrellada, unas como célebres astrónomas y otras impregnadas por la poesía y la magia que encierra el universo.
Algunas han plasmado este embrujo en bellos poemas como es el caso de Rosalía de Castro cuando refiriéndose a la luz de nuestro satélite dice:
"... con qué pura transparencia brilla esta noche la Luna"
Gabriela Mistral nos la muestra en su aspecto más maternal:
"Madre, ¿porqué su luz cae con callada suavidad?
Porque es la luna una madre,
de divino acariciar"
O en el caso de Gloria Fuertes que nos desvela una fórmula contra la soledad, en los siguientes versos:
"En las noches claras, resuelvo el problema de la soledad del ser. Invito a la Luna y con mi sombra somos tres."
En el ámbito musical sólo la bella voz de María Callas podía llenar de dulzura y sensibilidad la plegaria que la sacerdotisa dirige a la Luna, en su aspecto más puro y virginal, como una auténtica diosa, en el aria "Casta diva" de la ópera "Norma" de Vincenzo Bellini.
En este nuevo artículo dedicado a la saga de “mujeres estelares”, aquellas que a pesar de las dificultades que se encontraron en el camino siguieron adelante con su vocación y amor por las estrellas, hoy vamos a conocer un poco más a fondo a una de esas “hijas de Urania”, así denominadas en honor a la musa griega de la astronomía.
Ya hemos hablado de la gran Williamina Fleming, de Enrietta Swan Leavitt y de la gran “cazadora” de cometas que fue Carolina Lucrecia Herschel.
Pero ¿quién fue la primera mujer, de la que se tiene constancia, que avisto por primera vez un cometa?
Su nombre fue María Winkelmann. Nació a finales del siglo XVII, en 1670 en la ciudad alemana de Leipzig.
De familia profundamente religiosa, su padre fue pastor luterano, y un gran defensor de la educación de las mujeres, por este motivo María fue una privilegiada en su época ya que recibió la misma educación que sus hermanos.
Desafortunadamente quedo huérfana a una edad temprana y fue su tío quien se encargo de su formación. Desde muy joven mostró grandes aptitudes para la astronomía y comenzó a trabajar como aprendiz de un astrónomo aficionado, Christopher Arnold, que vio enseguida la gran capacidad de María. A través de Arnold conoció a un reputado astrónomo, Gottfried Kirch con el que siguió su formación.
Con el tiempo y a pesar de la diferencia de edad, Gottfried era 30 años mayor que ella, contrajeron matrimonio, tuvieron 3 hijos a los que inculcaron su amor por la ciencia.
A principios del siglo XVIII se trasladaron a Berlín donde su esposo trabajo como astrónomo en la Academia de Ciencias.
La noche del 21 de abril de 1702 en la que estaba trabajando con su pareja se convirtió en la primera mujer que descubrió un cometa, se trababa del C/1702 H1. Al principio este mérito se lo atribuyo su esposo pero poco antes de morir reconoció algo que años atrás ya había recogido en sus cuadernos privados:
"De madrugada el cielo estaba limpio y estrellado. Unos días antes observé una estrella variable, y mi mujer quiso buscarla y observarla por ella misa. Al hacerlo encontró un cometa en el cielo. Al momento ella me despertó y vi que efectivamente se trataba de un cometa. Me sorprendió que yo no lo hubiera visto la noche anterior."
María falleció el 29 de diciembre de 1720 si haber obtenido reconocimiento oficial alguno por sus méritos, a pesar de ser considerada en su época como una importante astrónoma por sus publicaciones sobre diversos estudios, entre ellos, observaciones sobre Auroras Boreales, conjunción del Sol con Saturno y Venus, tampoco por el descubrimiento del cometa, ni la predicción de uno nuevo en 1711.
Y no sólo eso sino que cuando solicitó un puesto como astrónoma de la Academia de Ciencias de Berlín, varios de sus miembros se opusieron por no tener estudios universitarios, algo a lo que no había podido tener acceso por ser mujer.
Al menos sí pudo ver que su hijo Christfried obtuvo el cargo de Director del Observatorio de la Real Academia de Ciencias de Berlín y que sus hijas pudieron trabajar como colaboradoras de su hermano en dicha tarea.
Termino igual que he comenzado este artículo, con unos versos de Gertrudis Gómez de Avellaneda: "luces de amor, purísimas estrellas, de la noche feliz lámparas bellas..." que bien pudieran estar dedicados a la labor callada de estas mujeres que tanto aportaron a la ciencia.
ANA ROMÁN ESTELA
(AGRUPACIÓN ASTRONÓMICA ARAGONESA)