HABLEMOS DE CONSTELACIONES

Con las estrellas que decoran el lienzo celestial hemos fantaseado los seres humanos en las distintas épocas y en las distintas civilizaciones, allí hemos colocado héroes, ríos y también hemos situado a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros.

En relación con esto último, cuando era niña me gustaba mirar al cielo y lanzaba besos a todos esos antepasados que allí creía ubicados y que conocía a través de las maravillosas historias que sobre ellos me contaba, como sólo él sabía hacerlo, mi querido abuelo Antonio.

Imagen de una niña mirando al cielo nocturno

Yo imaginaba que el cielo era un techo sobre nosotros y que por encima de él estaba toda la corte celestial y con ellos estos seres entrañables que accedían a él tras su paso por esta vida, pero luego aprendí que el cielo es todo lo contrario es una apertura, es el infinito es todo lo que nos rodea y de lo que formamos parte, es como dije en otra ocasión un cielo protector que nos envuelve en un inmenso abrazo y por otro lado el gran misterio que no somos capaces de comprender, si no es en una mínima parte.

Mi imaginación infantil soñaba con ese cielo de infinitas posibilidades.

Como he mencionado antes fueron los primeros pobladores de las antiguas civilizaciones: Sumerios, Babilonios, Mesopotámicos, Egipcios, Griegos, Romanos... los que comenzaron a darle forma.

Así pues, el ser humano fue uniendo esos puntitos brillantes y formaron patrones, dando así lugar a las primeras constelaciones de las que se ayudaron para avanzar en su vida cotidiana, aprendieron a estudiar el orto y ocaso de las estrellas para desarrollar la agricultura que les permitió dejar de ser nómadas, y más tarde uniendo esos puntos de luz ampliaron horizontes, aprendieron a orientarse y a navegar a través del GPS de las estrellas.

De los primeros intentos por entender el cielo tenemos varios registros de los que ya hable en la charla que prepare sobre Arqueoastronomía en el año 2018: Constelaciones reflejadas en las Cuevas de Lascaux, Disco de Nebra descubierto casualmente en Alemania y que tiene una antigüedad de 3600 años (casi período Neolítico), tabillas con las distintas fases lunares dan buena prueba de ello.

A lo largo de la historia ha habido distintos catálogos estelares, en la civilización occidental el primero del que tenemos constancia es el del astrónomo griego Hiparco de Nicea con 850 estrellas ubicadas con sus correspondientes magnitudes.

Ptolomeo contabilizó 48 constelaciones a las que se fueron añadiendo otras nuevas, por poner un ejemplo Johannes Bayer añadío a las 48 de Ptolomeo 12 nuevas del Hemisferio Sur, algunas han sido absorbidas para formar una sola y otras que se añadieron desaparecieron como el caso de Antinoo. Finalmente la Unión Astronómica Internacional ha dado por validas la 88 actuales.

En este artículo me voy a centrar en una de mis favoritas, aunque hay varias, la reina del cielo de invierno: La Constelación de Orión, conocida como la “Capilla Sixtina” del firmamento por la bellezas que encierra. Esta constelación es visible, aunque muy nítida, incluso se la puede ver en nuestra ciudad, en lugares no demasiado iluminados, algo cada vez más difícil con la luces actuales, pero yo he llegado a intuir parte del tahalí, donde se encuentra una de sus más conocidas nebulosas, la M-42, increíblemente bella a través de un buen telescopio.

Sobre la mitología de la constelación de Orión que nos han legado los clásicos son muchas y diferentes las leyendas transmitidas.

Los sumerios vieron en ella la representación de su héroe Gilgamehs y le dieron el nombre de Uru An-ana, que significa la luz del cielo, para los egipcios su nombre era Sahu y representaba el alma de Osiris, los sirios la conocían con el nombre de Al Jabbar, el gigante.

Pero tal vez la más extendida y conocida sea la que nos llegó a través de la Grecia clásica que veía en él al gran cazador, hijo de un pobre campesino, Hirieo, que acogía a todo el que llegaba a su casa; un día sin saber quienes eran los 3 recién llegados los albergó con el mismo cariño con el que acostumbraba, sólo que esta vez se trataba de 3 grandes dioses del Olimpo, Zeus, Hermes y Neptuno que acordaron conceder al labrador su mayor deseo, tener un hijo.

Este hijo fue Orión que al ser bendecido por los dioses se convirtió en un gran cazador pero su arrogancia y soberbia, se jactaba de matar a los animales, no por supervivencia sino que disfrutaba haciéndoles sufrir algo que enfureció a la diosa Gea (Tierra) que le castigó enviándole un escorpión para que le picase y muriera con su veneno, pero Ofiuco le dio un antídoto que le salvo la vida, cuando Orión fue consciente de su crueldad se arrepintió de tal forma que fue catasterizado en el cielo. Otra de las leyendas griegas lo convierte en un perseguidor enamoradizo de las Pléyades y así podríamos llenar varios artículos.

La constelación de Orión representa la figura de este mítico cazador cuyos hombros están formados por las estrellas Betelgeuse, Alpha de Orión, una estrella gigante roja a la izquierda y Bellatrix a la derecha, en el centro de ambas esta Meissa, el cinturón lo forman las estrellas Alnitak, Alnilam y Mintaka, todas ellas de un tono más azulado, debajo de las cuales esta el Tahalí o espada de Orión. finalmente las piernas las conforman las estrellas Saiph a la izquierda y Rigel, su estrella beta, aunque de mayor brillo que Betelgeuse.

Entre los numerosos tesoros que esta constelación alberga tenemos: la nebulosa cabeza de caballo (Barnard 33) una nube de gas fría y oscura, descubierta por Williamina Fleming a finales del S. XIX que se encuentra al sur del extremo izquierdo del conocido Cinturón de Orión.

Nebulosa Cabeza de Bruja (IC 2118), nebulosa de reflexión, compartida con la constelación de Eridano,

La nebulosa de Orión (M-42) es una región de formación de estrellas, una auténtica guardería estelar y es la más cercana a la Tierra, situada a 1350 años luz, situada justo debajo del tahalí.

La zeta de Orión, cúmulo estelar abierto en el centro de la Nebulosa de Orión conocida como Trapecio.

Y la Nebulosa de la Flama (NGC 2024) que es un nebulosa de emisión muy cerca de Alnitak.

Y no me resisto a cerrar este artículo con un pequeño fragmento de la precisosa Oda de Fray Luis de León que incluso pone música y sonido a las altas esferas:

“Traspasa el aire todo

hasta llegar a la más alta esfera

y oye allí otro modo

de no perecedera

música, que es la fuente y la primera,

Ve cómo el gran Maestro,

aquesta inmensa cítara aplicado,

con movimiento diestro

produce el son sagrado,

con que este eterno templo es sustentado.

Y, como está compuesta

de números concordes, luego envía

consonante respuesta;

y entre ambos a porfía

se mezcla una dulcísima armonía.”

 

ANA ROMÁN ESTELA

(AGRUPACIÓN ASTRONÓMICA ARAGONESA)


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